Valencia



Tuesday, March 27, 2012

Niagara Falls

Al Niágara


Templad mi lira, dádmela, que siento
En mi alma estremecida, y agitada
Arder la inspiración. ¡Oh! ¡Cuánto tiempo
En tinieblas paso, sin que mi frente
Brillase con su luz...! Niágara undoso,
Tu sublime terror sólo podría
Tornarme el don divino, que ensañada
Me robo del dolor la mano impía.
Torrente prodigioso, calma, calla
Tu trueno aterrador: disipa un tanto
Las tinieblas que en torno te circundan;
Déjame contemplar tu faz serena,
Y de entusiasmo ardiente mi alma llena.
Yo digno soy de contemplarte: siempre
Lo común y mezquino desdeñando,
Ansié por lo terrífico y sublime.
A1 despeñarse el huracán furioso,
Al retumbar sobre mi frente el rayo,
Palpitando gocé: vi al Océano,
Azotado por austro proceloso,
Combatir mi bajel, y ante mis plantas
Vórtice hirviente abrir, y amé el peligro.
Más del mar la fiereza
En mi alma no produjo
La profunda impresión que tu grandeza
Sereno corres, majestuoso; y luego
En ásperos peñascos quebrantado,
Te abalanzas violento, arrebatado,
Como el destino irresistible y ciego.
¿Qué voz humana describir podría
De la sirte rugiente
La aterradora faz? El alma mía
En vago pensamiento se confunde
A1 mirar esa férvida corriente,
Que en vano quiere la turbada vista
En su vuelo seguir al borde oscuro
Del precipicio altísimo: mil olas,
Cual pensamiento rápidas pasando,
Chocan, y se en£urecen,
Y otras mil y otras mil ya las alcanzan,
Y entre espuma y fragor desaparecen.
¡Ved! ¡llegan, saltan! El abismo horrendo
Devora los torrentes despeñados:
Crúzanse en él mil iris, y asordados
Vuelven los bosques el fragor tremendo
En las rígidas peñas
Rómpese el agua: vaporosa nube
Con elástica fuerza
Llena el abismo en torbellino, sube,
Gira en torno, y al éter
Luminosa pirámide levanta,
Y por sobre los montes que le cercan
Al solitario cazador espanta.
Más ¿qué en ti busca mi anhelante vista
Con inútil afán? ¿Por qué no miro
Alrededor de tu caverna inmensa
Las palmas ¡ay! las palmas deliciosas,
Que en las llanuras de mi ardiente patria
Nacen del sol a la sonrisa, y crecen,
Y al soplo de las brisas del océano,
Bajo un cielo purísimo se mecen?
Este recuerdo a mi pesar me viene...
Nada ¡oh Niágara! falta a tu destino,
Ni otra corona que el agreste pino
A tu terrible majestad conviene.
La palma, y mirto, y delicada rosa,
Muelle placer inspiren y ocio blando
En frívolo jardín: a ti la suerte
Guardó más digno objeto, más sublime.
El alma libre, generosa, fuerte,
Viene, te ve, se asombra,
El mezquino deleite menosprecia,
Y aun se siente elevar cuando te nombra.
¡Omnipotente Dios! En otros climas
Vi monstruos execrables,
Blasfemando tu nombre sacrosanto,
Sembrar error y fanatismo impío,
Los campos inundar en sangre y llanto,
De hermanos atizar la infanda guerra,
y desolar frenéticos la tierra.
Vilos, y el pecho se inflamó a su vista
En grave indignación. Por otra parte
Vi mentidos fi1ósofos, que osaban
Escrutar tus misterios, ultrajarte,
y de impiedad al lamentable abismo
A los míseros hombres arrastraban.
Por eso te buscó mi débil mente
En la sublime soledad: ahora
Entera se abre a ti; tu mano siente
En esta inmensidad que me circunda,
y tu profunda voz hiere mi seno
De este raudal en el eterno trueno.
¡Asombroso torrente!
¡Cómo tu vista el ánimo enajena,
y de terror y admiración me llena!
¿Dó tu origen está? ¿Quién fertiliza
Por tantos siglos tu inexhausta fuente?
¿Qué poderosa mano
Hace que al recibirte
No rebose en la tierra el océano?
Abrió el Señor su mano omnipotente;
Cubrió tu faz de nubes agitadas,
Dio su voz a tus aguas despeñadas
Y ornó con su arco tu terrible frente.
¡Ciego, profundo, infatigable corres,
Como el torrente oscuro de los siglos
En insondable eternidad. ..! ¡Al hombre
Huyen así las ilusiones gratas,
Los florecientes días,
Y despierta al dolor...! ¡Ay! agostada
Yace mi juventud; mi faz, marchita;
Y la profunda pena que me agita
Ruga mi frente, de dolor nublada.
Nunca tanto sentí como este día
Mi soledad y misero abandono
y lamentable desamor... ¿Podria
En edad borrascosa
Sin amor ser feliz? ¡Oh! jsi una hermosa
Mi cariño fijase,
y de este abismo al borde turbulento
Mi vago pensamiento ardiente admiración acompañase!
¡Cómo gozara, viéndola cubrirse
De leve palidez, y ser más bella
En su dulce terror, y sonreírse
Al sostenerla mis amantes brazos. ..!
¡Delirios de virtud...! ¡Ay! ¡Desterrado,
Sin patria, sin amores,
Sólo miro ante mí llanto y dolores!
¡Niágara poderoso!
¡Adiós! ¡Adiós! Dentro de pocos años
Ya devorado habrá la tumba fría
A tu débil cantor. ¡Duren mis versos
Cual tu gloria inmortal! ¡Pueda piadoso
Viéndote algún viajero,
Dar un suspiro a la memoria mía!
Y al abismarse Febo en occidente,
Feliz yo vuele do el Senor me llama,
Y al escuchar los ecos de mi fama,
Alce en las nubes la radiosa frente.

 José María Heredia



Monday, March 26, 2012

Tuesday, February 28, 2012

Monday, February 27, 2012

UNA HISTORIA DE AMOR EN LA HABANA

 Catalina Laza


El primer divorcio y una de las casas más lindas de Cuba, se deben a una pasión escandalosa que los prejuicios no pudieron aplacar.

"Hasta que la muerte nos separe"... Se escurrió el susurro entre los caprichos del viento y las hojas perdidas cuando, al pie de la supuesta tumba de Romeo y Julieta, en Italia, los cubanos Catalina y Juan Pedro se juraron amor para siempre a muy poco de haber nacido este siglo.
No se habían podido casar. Salieron juntos de Cuba; ella, odiada o admirada en silencio por la alta aristocracia habanera; él, más fuerte para soportar los desprecios sociales y redescubrir la felicidad después de haber enviudado. Ambos llenos de sueños. Y perseguidos porque Catalina era acusada del delito de bigamia. En Cuba se habían quedado sus hijos y su primer esposo que no le concedió la libertad para que se uniera al hombre que amaba.
El esposo, que quizás la hubiera dejado irse un poco más en paz, mandó a levantar a la dama un expediente judicial, atizado por su familia y los prejuicios de la época. Con la ley de por medio, se inflamaba una de las historias más escandalosas y tiernas, de la cual no perdió un solo detalle la alta sociedad habanera.
El amor comenzó en uno de los grandes salones de la aristocracia cubana. En un deslumbrante festín, la mirada de Catalina Laza encontró los ojos del caballero Juan Pedro Baró, uno de los principales hacendados de la Isla. El prefirió no reparar en que Catalina era casada. Se quedó mirando toda la noche a aquella criatura descrita por la prensa de su época como "una maga halagadora", ganadora de concursos de belleza en 1902 y 1904, admirada por sus ojos redondos y azules y por su cuerpo de contornos demasiado hermosos. Los dos cubanos sostuvieron un diálogo corto y protocolar, pero desbordado de ternura.
Catalina empezó a sentirse inquieta, algo había deshecho al aparente equilibrio de su sólido matrimonio.
Como solo saben hacer los buenos amantes, Catalina y Juan Pedro se vieron sin que nadie lo supiera. Pero sin esperar mucho, desesperados, quisieron hacer público su amor. Catalina se atrevió a pedir a su esposo Luis Estévez Abreu, hijo del primer Vicepresidente de la República, la disolución del matrimonio. No fue escuchada y se fue con Juan Pedro a vivir grandes alegrías, pero también momentos muy dolorosos.

LA SOLEDAD EN EL TEATRO
Se cuenta que los enamorados asistieron a una obra de estreno en un teatro de la ciudad. Catalina no soltaba la mano de Juan Pedro. Al entrar al recinto, todos los presentes, uno por uno, se pusieron de pie y se fueron retirando de la función en tono de agravio a la sinceridad de la pareja. Los actores miraban desde el escenario la triste imagen de un hombre acariciando en la penumbra los cabellos de una mujer que solo hacía llorar. Entonces actuaron para Catalina y Juan Pedro como si el teatro estuviera lleno. Ella, agradecida, al terminar la función se desprendió de todas las joyas valiosas que llevaba puestas y las lanzó al escenario.

REFUGIO EN EUROPA
Tuvieron que abandonar la Isla con destino a Francia. Aunque extrañaban la luz y los colores de La Habana, el familiar ambiente de París ambos, por distintas razones, habían vivido varios años en la Ciudad Luz, les aliviaba del viaje que había resultado tácitamente un destierro.
A pesar de que Catalina no era todavía libre de su anterior matrimonio, los amantes se casaron por las leyes francesas. Necesitados de comprensión y apoyo, viajaron a Italia. La fuerza del amor les hizo traspasar los umbrales del Vaticano. Y allí contaron de sus tristezas al Santo Pontífice. La máxima autoridad católica los bendijo, y dispuso la disolución del matrimonio de Catalina con Luis Estévez Abreu. Posiblemente, ninguna otra pareja del mundo haya recibido ese gesto tan conmovedor y solidario.
En 1917, el Presidente de la República de Cuba Raúl Menocal firmaba la Ley del Divorcio. Ese mismo año es registrada oficialmente la separación de Catalina de su primer esposo. Los amantes pudieron regresar a La Habana.

UN PALACIO DE AMOR
En 1919, al costado de una estrecha calle del Vedado que ahora conocemos como la Avenida de Paseo, empezó a levantarse un singular palacete inspirado, en sus formas exteriores, en el estilo del Renacimiento italiano. Los cimientos eran enormes, y los transeúntes se preguntaban para quién era tanto derroche. La respuesta era un misterio que solo Juan Pedro conocía.
La construcción, que marcaba un punto de giro en la arquitectura cubana moderna, constituía un nuevo y duradero desafío para la aristocracia.
El secreto develó quince días antes de inaugurarse la mansión en 1926: la dueña era Catalina.
Dos jóvenes y talentosos arquitectos  Evelio Govantes y Félix Cavarroca, considerados como el dúo clásico de la arquitectura moderna de La Habana, habían sido los proyectistas de la obra. Habían adoptado tempranamente el art-decó conocido por primera vez en una exposición de París en 1925. La casa fue la primera de ese estilo en Cuba.
El urbanista francés Jean Forestier, quien entonces era encargado de la dirección de obras públicas de la ciudad y proyectara los jardines del Paseo del Prado, había diseñado el jardín de la casa, de estilo italiano y acorde con la fachada hecha de muros, columnas y rejas que parecían eternas.
La cristalería de la casa llegó desde Francia. Se dice que la arena usada en los revestimientos se trajo desde las orillas del Nilo. Con maderas preciosas se hicieron las grandes estanterías y los muebles que el hijo primogénito de Catalina diseñó. Por dentro, gran parte del palacete se hizo en mármol amarillo, el color preferido de Catalina. Imponente, en espiral y adornada con vitrales franceses, se levantó la escalera que daba paso a los dormitorios, separados, de los dueños.
El día de la inauguración toda la entrada estaba cubierta de tulipanes importados. En las invitaciones destinadas a la misma aristocracia que años atrás se había ofendido con el amor de Catalina y Juan Pedro, se anunciaron los regalos que todos recibirían: pinturas de famosos artistas del momento.
Un fino regalo que llega hasta nuestros días, le hizo Juan Pedro a Catalina. Sembró en los jardines de la casa una rosa única, nacida de un injerto hecho por floricultores habaneros del jardín El Fénix, y bautizada con el nombre de la enamorada. Similar a esa rosa de pétalos anchos y bordes puntiagudos, amarilla como la soñó Catalina, pudo lograrse una mucho tiempo después.

DULCE LECHO
Cementerio de Colón
Solo cuatro años duró la felicidad. La salud de Catalina se fue desvaneciendo entre las lujosas paredes del palacete. El se la llevó a Francia. Ella murió el 3 de diciembre de 1930, entre los brazos de su esposo.
El cuerpo de Catalina, embalsamado, llegó a Cuba en el vapor francés Meñique. Primero el esposo la enterró en una bóveda provisional mientras terminaban el panteón familiar, ubicado en el mismo centro de la Necrópolis, en la avenida Cristóbal Colón. La voluntad de Juan Pedro era costosa: la parcela sobre la cual nacería el panteón, ascendía a casi 2 000 pesos en oro. El costo de la construcción de la eterna morada de Catalina, fue del medio millón de pesos.
Al interior del panteón, de mármoles blanquísimos, entra todas las mañanas la luz a través de cristales franceses que conforman un encaje de rosas. En la entrada, dos ángeles a relieve sobre puertas de granito negro suplican paz para el alma de los enamorados.
Juan Pedro murió a diez años de haber enviudado. En 1940 fue clausurado el panteón de una manera inusual: sobre Catalina y Juan Pedro, se fundieron losas de hormigón in situ para que nadie pudiera profanar las tumbas. Se cuenta que él se hizo enterrar de pie para cuidar eternamente el sueño de su amada. La tumba nunca más se abrió.

La casa que Pedro le regaló a Catalina, hoy Casa de la Amistad, está ubicada en Paseo no. 406