Valencia



Tuesday, February 28, 2012

Monday, February 27, 2012

UNA HISTORIA DE AMOR EN LA HABANA

 Catalina Laza


El primer divorcio y una de las casas más lindas de Cuba, se deben a una pasión escandalosa que los prejuicios no pudieron aplacar.

"Hasta que la muerte nos separe"... Se escurrió el susurro entre los caprichos del viento y las hojas perdidas cuando, al pie de la supuesta tumba de Romeo y Julieta, en Italia, los cubanos Catalina y Juan Pedro se juraron amor para siempre a muy poco de haber nacido este siglo.
No se habían podido casar. Salieron juntos de Cuba; ella, odiada o admirada en silencio por la alta aristocracia habanera; él, más fuerte para soportar los desprecios sociales y redescubrir la felicidad después de haber enviudado. Ambos llenos de sueños. Y perseguidos porque Catalina era acusada del delito de bigamia. En Cuba se habían quedado sus hijos y su primer esposo que no le concedió la libertad para que se uniera al hombre que amaba.
El esposo, que quizás la hubiera dejado irse un poco más en paz, mandó a levantar a la dama un expediente judicial, atizado por su familia y los prejuicios de la época. Con la ley de por medio, se inflamaba una de las historias más escandalosas y tiernas, de la cual no perdió un solo detalle la alta sociedad habanera.
El amor comenzó en uno de los grandes salones de la aristocracia cubana. En un deslumbrante festín, la mirada de Catalina Laza encontró los ojos del caballero Juan Pedro Baró, uno de los principales hacendados de la Isla. El prefirió no reparar en que Catalina era casada. Se quedó mirando toda la noche a aquella criatura descrita por la prensa de su época como "una maga halagadora", ganadora de concursos de belleza en 1902 y 1904, admirada por sus ojos redondos y azules y por su cuerpo de contornos demasiado hermosos. Los dos cubanos sostuvieron un diálogo corto y protocolar, pero desbordado de ternura.
Catalina empezó a sentirse inquieta, algo había deshecho al aparente equilibrio de su sólido matrimonio.
Como solo saben hacer los buenos amantes, Catalina y Juan Pedro se vieron sin que nadie lo supiera. Pero sin esperar mucho, desesperados, quisieron hacer público su amor. Catalina se atrevió a pedir a su esposo Luis Estévez Abreu, hijo del primer Vicepresidente de la República, la disolución del matrimonio. No fue escuchada y se fue con Juan Pedro a vivir grandes alegrías, pero también momentos muy dolorosos.

LA SOLEDAD EN EL TEATRO
Se cuenta que los enamorados asistieron a una obra de estreno en un teatro de la ciudad. Catalina no soltaba la mano de Juan Pedro. Al entrar al recinto, todos los presentes, uno por uno, se pusieron de pie y se fueron retirando de la función en tono de agravio a la sinceridad de la pareja. Los actores miraban desde el escenario la triste imagen de un hombre acariciando en la penumbra los cabellos de una mujer que solo hacía llorar. Entonces actuaron para Catalina y Juan Pedro como si el teatro estuviera lleno. Ella, agradecida, al terminar la función se desprendió de todas las joyas valiosas que llevaba puestas y las lanzó al escenario.

REFUGIO EN EUROPA
Tuvieron que abandonar la Isla con destino a Francia. Aunque extrañaban la luz y los colores de La Habana, el familiar ambiente de París ambos, por distintas razones, habían vivido varios años en la Ciudad Luz, les aliviaba del viaje que había resultado tácitamente un destierro.
A pesar de que Catalina no era todavía libre de su anterior matrimonio, los amantes se casaron por las leyes francesas. Necesitados de comprensión y apoyo, viajaron a Italia. La fuerza del amor les hizo traspasar los umbrales del Vaticano. Y allí contaron de sus tristezas al Santo Pontífice. La máxima autoridad católica los bendijo, y dispuso la disolución del matrimonio de Catalina con Luis Estévez Abreu. Posiblemente, ninguna otra pareja del mundo haya recibido ese gesto tan conmovedor y solidario.
En 1917, el Presidente de la República de Cuba Raúl Menocal firmaba la Ley del Divorcio. Ese mismo año es registrada oficialmente la separación de Catalina de su primer esposo. Los amantes pudieron regresar a La Habana.

UN PALACIO DE AMOR
En 1919, al costado de una estrecha calle del Vedado que ahora conocemos como la Avenida de Paseo, empezó a levantarse un singular palacete inspirado, en sus formas exteriores, en el estilo del Renacimiento italiano. Los cimientos eran enormes, y los transeúntes se preguntaban para quién era tanto derroche. La respuesta era un misterio que solo Juan Pedro conocía.
La construcción, que marcaba un punto de giro en la arquitectura cubana moderna, constituía un nuevo y duradero desafío para la aristocracia.
El secreto develó quince días antes de inaugurarse la mansión en 1926: la dueña era Catalina.
Dos jóvenes y talentosos arquitectos  Evelio Govantes y Félix Cavarroca, considerados como el dúo clásico de la arquitectura moderna de La Habana, habían sido los proyectistas de la obra. Habían adoptado tempranamente el art-decó conocido por primera vez en una exposición de París en 1925. La casa fue la primera de ese estilo en Cuba.
El urbanista francés Jean Forestier, quien entonces era encargado de la dirección de obras públicas de la ciudad y proyectara los jardines del Paseo del Prado, había diseñado el jardín de la casa, de estilo italiano y acorde con la fachada hecha de muros, columnas y rejas que parecían eternas.
La cristalería de la casa llegó desde Francia. Se dice que la arena usada en los revestimientos se trajo desde las orillas del Nilo. Con maderas preciosas se hicieron las grandes estanterías y los muebles que el hijo primogénito de Catalina diseñó. Por dentro, gran parte del palacete se hizo en mármol amarillo, el color preferido de Catalina. Imponente, en espiral y adornada con vitrales franceses, se levantó la escalera que daba paso a los dormitorios, separados, de los dueños.
El día de la inauguración toda la entrada estaba cubierta de tulipanes importados. En las invitaciones destinadas a la misma aristocracia que años atrás se había ofendido con el amor de Catalina y Juan Pedro, se anunciaron los regalos que todos recibirían: pinturas de famosos artistas del momento.
Un fino regalo que llega hasta nuestros días, le hizo Juan Pedro a Catalina. Sembró en los jardines de la casa una rosa única, nacida de un injerto hecho por floricultores habaneros del jardín El Fénix, y bautizada con el nombre de la enamorada. Similar a esa rosa de pétalos anchos y bordes puntiagudos, amarilla como la soñó Catalina, pudo lograrse una mucho tiempo después.

DULCE LECHO
Cementerio de Colón
Solo cuatro años duró la felicidad. La salud de Catalina se fue desvaneciendo entre las lujosas paredes del palacete. El se la llevó a Francia. Ella murió el 3 de diciembre de 1930, entre los brazos de su esposo.
El cuerpo de Catalina, embalsamado, llegó a Cuba en el vapor francés Meñique. Primero el esposo la enterró en una bóveda provisional mientras terminaban el panteón familiar, ubicado en el mismo centro de la Necrópolis, en la avenida Cristóbal Colón. La voluntad de Juan Pedro era costosa: la parcela sobre la cual nacería el panteón, ascendía a casi 2 000 pesos en oro. El costo de la construcción de la eterna morada de Catalina, fue del medio millón de pesos.
Al interior del panteón, de mármoles blanquísimos, entra todas las mañanas la luz a través de cristales franceses que conforman un encaje de rosas. En la entrada, dos ángeles a relieve sobre puertas de granito negro suplican paz para el alma de los enamorados.
Juan Pedro murió a diez años de haber enviudado. En 1940 fue clausurado el panteón de una manera inusual: sobre Catalina y Juan Pedro, se fundieron losas de hormigón in situ para que nadie pudiera profanar las tumbas. Se cuenta que él se hizo enterrar de pie para cuidar eternamente el sueño de su amada. La tumba nunca más se abrió.

La casa que Pedro le regaló a Catalina, hoy Casa de la Amistad, está ubicada en Paseo no. 406